WikiLeaks y el milagro del periodismo

Hay cosas que serían imposibles sin el inestimable trabajo del periodismo objetivo. Una de ellas es la actual conversión de cualquier mala noticia para el establishment occidental en un elemento de la desempolvada hostilidad hacia el enemigo ruso de la guerra fría. Y eso, cuando ya compartimos con ese enemigo sistema socioeconómico (capitalista) y tipo (oligárquico) de régimen político, tiene su mérito.

El mensaje de que la victoria del energúmeno Trump en Estados Unidos fue, en gran medida, resultado de la “injerencias” de Rusia en sus elecciones, ha calado hondo. Por si accidentes parecidos se repitieran en Europa, ya se lanzan advertencias sobre el intervencionismo de la ciberpotencia rusa en las elecciones alemanas o francesas. Y lo mismo ocurre con las sensacionales revelaciones de WikiLeaks o del heroico Edward Snowden.

“Con Julian Assange WikiLeaks se ha convertido en una máquina de propaganda que con gran fervor y en los momentos más interesantes publica filtraciones útiles a Donald Trump y Vladimir Putin”, explica el semanario alemán Der Spiegel, histórico luchador de la guerra fría (cold warrior) desde su misma fundación en 1947. “Piratas rusos proveen de contenido a la plataforma de Assange para desestabilizar Estados Unidos”, informaba hace unos días nuestro diario, que, siguiendo la estela de los grandes medios de Estados Unidos, considera “probado por 17 agencias de inteligencia estadounidenses” que, “Rusia ha sido la gran provedora de contenido a WikiLeaks”. La red de Assange, “forma parte de una campaña que manipula las redes sociales para diseminar falsedades y noticias favorables a Trump”. El milagro se ha realizado: los criminales no son los responsables de las enormidades documentadas, sino sus denunciantes.

Le Monde, que publica estos días páginas enteras sobre la ciberpotencia rusa y sus ingerencias en el mundo -como si se tratara de algo específico ruso- ha ido mucho más lejos: ha puesto en marcha un “detector de fake news” (noticias falsas), llamado Décodex, para, “localizar los sitios poco fiables y sus informaciones falsas” en la red. ¿Se aplicará el pintoresco detector, a cargo de periodistas objetivos y sin ideología, a sí mismo? Seguramente no, sin embargo debería hacerlo: Según los datos del barómetro anual sobre medios de comunicación Kantar/La Croix divulgados en febrero, la mitad de los franceses no confían en los medios de comunicación, el 76% de ellos opina que los periodistas no son independientes ni resisten a las presiones del dinero. El 80% de los medios de comunicación franceses, incluido Le Monde, pertenecen a 9 grupos empresariales. ¿Será todo eso fake news? ¿Propaganda de Moscú? Vayamos a lo esencial.

Tres presidentes franceses (Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande) y por lo menos 51 políticos de este país han estado sometidos a las escuchas de la agencia nacional de seguridad (NSA) de Estados Unidos. La CIA espió a todos los grandes partidos políticos y candidatos a la presidencia de Francia en la campaña de 2012 a lo largo de siete meses. La principal ciberguerra y el principal intervencionismo político en los asuntos de otros países hasta ahora documentado en Europa corre a cargo de Estados Unidos. La hipótesis Big Brother de Orwell es hoy un hecho americano documentado. Lo de menos es el teléfono intervenido de Merkel o de Hollande. Eso es muy poco al lado de la dimensión global del asunto, las complicidades de las grandes empresas y de los gobiernos europeos y de sus servicios secretos. Todo eso ha sido documentado a lo largo de años por WikiLeaks, Snowden, etc. Aunque es obvio que todo el mundo espía, y Rusia también, la primera potencia es la más avanzada (la red es suya) y en ausencia de un Snowden ruso o chino, es la única cuya labor está documentada al detalle.

Hay que agradecer a los periodistas que, pese a esa evidencia, se consiga que el público esté tan preocupado e indignado por los informes no demostrados sobre las manipulaciones orquestadas por Moscú para influir en las elecciones europeas.

La última revelación de WikiLeaks documenta la posibilidad técnica de convertir en instrumento de vigilancia y control prácticamente cualquier aparato digital. Informa sobre la existencia de un centro secreto de ciberguerra en el consulado de Estados Unidos en Frankfurt que emplea a 200 hackers. Gracias al programa de la CIA “Umbrage” puede no solo evitarse que detecten el origen de la potencia atacante, sino también atribuir cualquier ataque a quien se desee. Es un dato que relativiza, aún más, las no documentadas “revelaciones” sobre los ataques rusos.

Sumamente interesante resulta también la capacidad de la CIA por interferir en los sistemas de control de vehículos, coches o camiones, lo que permite provocar accidentes de tráfico si se quiere eliminar a alguien. “El propósito de tal control no se especifica (en los documentos), dice WikiLeaks, “pero permitiría a la CIA realizar asesinatos indetectables”. Es una información reveladora si uno piensa, por ejemplo, en el caso del periodista Michael Hastings, fallecido en 2013 en un misterioso accidente en Los Angeles.

Conocido por su trabajo que acabó con la dimisión del General Stanley McChrystal como comandante en jefe de las tropas de Estados Unidos en Afganistán, Hastings estaba trabajando sobre la persona del director de la CIA con Obama, John Brennan. Antes de su muerte comentó a sus colegas que tenía “una gran historia (periodística) entre manos”, que estaba siendo vigilado y que necesitaba “desaparecer del radar un rato”. También pidió prestado el coche a un vecino porque temía que el suyo hubiera sido manipulado. Hastings pudo haber sido una de las fuentes del actual informe WikiLeaks. Pocas horas antes de morir mantuvo un contacto con el abogado de esa red, Jennifer Robinson. Su mercedes aceleró anormalmente y se prendió instantes antes de estrellarse contra una palmera e incendiarse por completo en una despejada avenida de la ciudad, el 18 de junio de 2013…

Como en la época de los disidentes soviéticos, que la URSS descalificaba inmediatamente como “agentes del enemigo”, “antisoviéticos” y “traidores” (en Moscú se regresa ahora al mismo tipo de recursos), las denuncias de estos hechos pueden ser desestimadas con argumentos de guerra fría siempre que se olvide que afectan a derechos básicos que están siendo escandalosamente atropellados en violación de la legislación vigente en Estados Unidos y Europa. Y la simple realidad es que a diferencia de estos casos documentados, no hay pruebas de las denunciadas injerencias moscovitas en las elecciones europeas.

Esa fue, precisamente, la conclusión de un informe de las dos principales agencias de inteligencia alemanas, el BND y el BfV, según informó (con muy poco relieve y apenas eco) el Süddeutsche Zeitung en su edición del 7 de febrero. Su conclusión fue tan poco favorable a las tesis deseadas, que la canciller Merkel ha ordenado un nuevo informe que incluya específicamente, “la información de los medios de comunicación rusos sobre Alemania”. La intención es descubrir la sopa de ajo.

El informe de las agencias de inteligencia de Estados Unidos sobre ese mismo tema descubrió que, “la máquina de propaganda del estado ruso contribuyó a influir en la campaña (electoral de Estados Unidos) sirviendo como plataforma de los mensajes del Kremlin al público ruso e internacional”. Que los medios de comunicación de un país -y desde luego, los rusos también- son una plataforma de sus mensajes, es algo que ya sabíamos desde el descubrimiento de la sopa de ajo. Y lo mismo vale para los “criminales” contactos con diplomáticos rusos que le han costado el puesto a alguno de los siniestros personajes de la nueva administración Trump. Que el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak, esté rutinariamente bajo escucha, es algo que en el actual contexto no puede ser noticia. La verdadera primicia son los contactos.

“En calidad de alguien que pasó 35 años de su carrera diplomática trabajando para abrir la URSS y hacer de la comunicación de nuestros diplomáticos y ciudadanos con ella una práctica normal, encuentro bastante incomprensible la actitud de gran parte de nuestro establishment político y de algunos respetados medios de comunicación”, explicaba recientemente el ex embajador de Estados Unidos en la URSS de Gorbachov, Jack Matlock.

“¿Qué demonios hay de malo en consultar a una embajada extranjera sobre las vías para mejorar las relaciones? Cualquiera que aspire a aconsejar a un presidente americano debe hacer precisamente eso”, decía Matlock. “Cualquiera que esté interesado en mejorar las relaciones con Rusia y en impedir otra carrera de armas nucleares, lo que es un interés vital de Estados Unidos, debe discutir esos asuntos con el embajador Kislyak y sus ayudantes, considerar eso “tóxico” es ridículo y no veo en ello nada malo siempre que estuviera autorizado por el presidente electo. El escándalo que han hecho de los contactos tiene todo el aspecto de una caza de brujas, las filtraciones (de los contactos con Kislyak) implican que cualquier conversación con un funcionario de la embajada rusa es sospechosa, esa es la actitud de un estado policial y filtrar esos alegatos vulnera cualquier norma legal de una investigación del FBI”.

Efectivamente, hay cosas que sería imposible que parecieran sospechosas y denunciables sin el inestimable trabajo de los periodistas objetivos y sin ideología. De ahí su creciente descrédito en nuestra corrupta selva de propagandas.

Rafael Poch

Rafael Poch: Corresponsal en París de La Vanguardia.


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