Medias, mitos y realidades: Se acabaron los cuentos

El tema es motivo de reflexión y análisis profundo. Estamos asistiendo a la persistente difusión, por la gran mayoría de los medios de comunicación, de un modelo cultural con pretensiones de ser primordial y fundamental. Hoy los pueriles andan muy erectos y, exhibiendo sus altas dosis de manifiesta presunción, dominan las páginas de prensa y columnas de opinión. La cultura -con mayúsculas- rueda sin freno pendiente abajo y va degenerando hacia un sentido lúdico exclusivista muy preocupante. Se está imponiendo en el foro mediático el cómodo quehacer de personas inmaduras, quienes han crecido leyendo sólo cuentos, sin disponer de mejores vías de acceso al conocimiento de la realidad que una arcaica literatura infantil. Y con ese escaso bagaje cultural proceden a establecer ahora risibles comparaciones, el clásico modelo que practican mentes simples para interpretar un mundo tan difícil y complejo como en el que vivimos. Sin utillaje, sin las herramientas de análisis social adecuadas, operan como hacen los niños, estableciendo cómicas semejanzas. Porque ya siendo adultos, cuando tienen que pensar cómo comportarse y tomar opciones, regresan a los cuentos de su adorada infancia, en busca de socorridos estereotipos.

Al igual que Alicia en el país de las maravillas, muchos son los escritores quienes, escandalosamente inmaduros, viven en una dimensión mágica, ficticia e inventada que, como deleitosa vía de escape, confunden con la escarpada realidad. Duendes, gnomos, conejitos, hadas madrinas, príncipes azules, sirenas, dragones, unicornios, centauros y demás criaturas inaprensibles, pululan por su mundo de mentira, irreal. Esos seres no existen. Son una fantasía fabricada por sus cerebros. Pero ellos dicen que les ven y oyen voces dentro de sus cabezas… unos persistentes ecos sublimes resonando en acústicos cascarones vacíos (lo que se habrán fumado y bebido estos entronizados intelectuales de hoy). Cualquier ficción, afanosamente inventada, resulta maravillosa, aunque no es real. Quisiéramos que sucediera algo más, que la deteriorase y la liberase pero, al final, siempre acaba imponiéndose el peso de lo material.

Los mitos, clásicos o de cualquier tipo, adquieren importancia mientras creamos en ellos, es decir, les otorguemos el protagonismo que sólo adquieren en nuestras mentes. No podemos tomar ninguno de los cuentos tradicionales como una especie de libro sagrado para enfrentarnos a la realidad. Y estos ‘analistas’ sociales, consagrados por el pueblo, incurren en un modo de conocimiento cuasi ‘religioso’ que, la mayoría de las ocasiones, por resentimiento, intentan dejar atrás. Empeño harto inútil, esa formación está muy enquistada, ha formateado el disco duro de sus cerebros desde su más temprana infancia, y de ella ya no pueden escapar. Entonces, cuando discurren, echan mano de todo ese ingente arsenal de conceptos heredados, pero dándoles la vuelta, interpretándolos al revés, y ahora el infierno es el cielo, el ansiado paraíso, al que irán las chicas malas (antaño las brujas, hoy convertidas en referente de mujeres sabias y precursoras).

La estupidez actual no conoce límites. Arrogante, irracional, integrista y sectaria, desprecia a todo aquel que ose pensar de manera diferente. Ejerciendo su dogmática mentalidad, estos nuevos sacerdotes -y sacerdotisas- no admiten ninguna clase de crítica procedente de quienes no compartan sus ridículos códigos. Y con inquisitoriales comportamientos, que a veces bordean el fanatismo más extremo, los exhiben sin el más mínimo pudor. Con jactanciosa prepotencia y actitud de perdonavidas, proclaman sus auténticos disparates y descalifican al que intente objetar sus risibles conclusiones. Los niños son totalitarios, tendentes al sectarismo y a despreciar al diferente. Madurar no es tarea sencilla, consiste en ir dejando atrás a nuestro bebé interior que, constantemente, batalla y se rebela por intentar salirse con la suya. Sobre todo, cuando descubre que el mundo existe sin necesidad de su disparatada y sesgada visión.

Si tomamos la vereda más corta, si recurrimos a elementales analogías, y hacemos una mera traslación utilizando las plantillas de los felices relatos infantiles, simplificamos de manera irresponsable la complejidad, el espesor de lo real. Y los problemas sociales seguirán ahí, reclamando una urgente solución. Pero así trabajan los ignorantes de ahora, los autoproclamados salvadores de la sociedad. Sin ninguna profundidad, ni contenido, sin cumbres ni valles, trazando un encefalograma plano. Satisfechos, felices en su ridícula ignorancia, no se dan cuenta de la cantidad de idioteces que sueltan. Con inmensas tragaderas e incapaces de construir un pensamiento sólido, armado y bien estructurado, luego les sobreviene la gran crecida: vomitan su papilla de banalidades, una indigesta cantidad de pseudo-conocimientos líquidos, sin orden, ni concierto, carentes de un mínimo armazón y sin ninguna coherencia interna. Profesando la insegura seguridad del eterno adolescente. Concediendo más valor de lo que en verdad tienen a sus escuálidos conocimientos, a lo poco que ellos saben (o creen saber). Y que lo consideran al mismo nivel que el conocimiento razonado a la hora de interpretar la realidad.

Todo en mayor o menor medida es hijo de su tiempo. Los clásicos, los cuentos, no son historias intemporales, escritas por obra y gracia de una inspiración divina, situada por encima del espacio y el tiempo. Responden a una época, a un contexto que, inevitablemente, les condicionó. No seamos ingenuos. Los hechos obedecen a unas causas, no tomemos el sencillo atajo de atribuirlos a entidades abstractas, a seres fantásticos, que no son reales. No queramos eliminar las ciencias sociales. Un científico social necesita primero analizar, trabajo ciertamente duro y arduo, para interpretar la realidad. No se engañen, es el único criterio válido. Los ignorantes piensan que las personas formadas, con muchos años de esfuerzos, áridas lecturas y dura reflexión, no saben captar el mundo en toda su riqueza. En verdad, son estos incultos quienes no poseen una visión integral de la sociedad, pues en sus escasos cultivados cerebros reina sólo una: la suya. Pensar lo hace todo el mundo, correctamente no. Ideas parimos todos, ¿válidas? un porcentaje menor. Se necesita tener bien educada la mirada. Perdernos en emotivos y narcisistas laberintos, presos de nuestros miedos y nostalgias por una realidad fácil de comprender, nos lleva a mutilarla, por ejemplo de manera literaria, para articularla en un lenguaje coherente.

El espesor de lo real. La realidad encierra muchas dimensiones, es muy rica, difícil, llena de paradojas, compleja y contradictoria. No hay ningún problema, estos supuestos sabios creen conocerla a fondo y en profundidad. Carentes de mayores estudios y formación durante su etapa adulta, que ya podrían realizar por cuenta propia, su simplicidad no les permite ni siquiera atisbar su más absoluta ignorancia. Tienen ojos y no ven (Salmo 115, 5), una obra de arte pasa ante ellos y no saben apreciarla. El ilustre Alonso Quijano divisaba gigantes donde sólo había molinos, su trastornada mente deliraba, sufría alucinaciones. Ahora a la demencia la llaman creatividad. Dejémonos ya de cuentos. Maduremos de una vez. Porque la realidad social y económica es un asunto muy serio. Ojalá nunca les golpee a tantos sabihondos y se den inesperadamente de bruces con ella. El impacto puede ser mortal.

Daniel F. Álvarez Espinosa


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