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Exilio: El árabe errante
By Felicity Arbuthnot
Global Research, August 04, 2009
4 August 2009
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Vamos a un país que no es de nuestra carne. Los castaños no han crecido con nuestros huesos. Vamos a un país en el que no cuelga un sol especial para nosotros” (“Vamos a un país”, Mahmud Darwish).

Washington, Londres y Tel Aviv vuelven una vez más a pronunciar palabras vacías sobre una “solución de dos estados” para la tierra expoliada por Israel y los restos que quedan de Palestina. Tony Blair, al que podría definirse como criminal de guerra, quien, en estos momentos y de forma kafkiana, es ‘enviado para la paz’ en Oriente Medio tras haber disfrutado con la destrucción de Mesopotamia, Afganistán y los Balcanes, acaba de establecer una “Fundación de la Fé” para “crear entendimiento entre las religiones” (que no las bombardee ya es un paso importante). Sin embargo, hay una ruta vital que todos los implicados deberían tomar.

Olvídense de la política, del “extremismo”, “terrorismo”, “moderados”, “libertad”, “democracia”, “liberación”, “hojas de ruta”. Abandonen los “expertos”, “think tanks”, “Institutos” y “Fundaciones” que estudian el Oriente Medio, aunque rara vez se dedican a aspectos que traten de su desgarradora historia, de su belleza, de su calidez; de la carne y de la sangre.

Saquen tiempo libre, lean algo de literatura árabe, todo eso es necesario para poder comprender.

En cada carta, en cada palabra de cada sentencia, de cada párrafo, se encontrarán con un alma en la página. Un lamento por las bienamadas tierras, por los amores rotos, por los que tuvieron que partir, por los exiliados. Por los recordados aromas, por los hogares convertidos en escombros o expoliados; por la separación. Son canciones de ausencia, de anhelo, de desplazamiento; de olivares, melocotoneros y limoneros aplastados; de sueños y esperanzas hechos añicos, incluso de un sentimiento de resistencia que avergonzaría al lector.

Son anhelos insoportables, que se resisten sin saber cómo, por la familia ahora fragmentada, por lo familiar. Todos ellos son la llave de la puerta, el único momento del hogar que quedó atrás, o las escrituras de la casa, arrasada por los bulldozer, bombardeada, saqueada, robada, de la que fueron desalojados.

Son también como pájaros sin fronteras, como un sol, sin muros una vez más.

Hay títulos que parecen una página del pasado: “Paseos palestinos, notas sobre un paisaje que se desvanece”, de Raja Shehade. El ardiente “Yo ví Ramala”, de Mourid Barghouti, los desgarradores escritos de su breve permitido retorno a casa tras treinta años de exilio. Mahmoud Darwish, quién finalmente regresó a Ramala tras vivir en Moscú, El Cairo, Beirut, Chipre y París, que murió en el extranjero el pasado mes de agosto, al no poder recibir el necesario tratamiento en Palestina debido al bloqueo israelí. Sus títulos incluyen: “Por desgracia, era un paraíso”, “No pidáis perdón por lo que habéis hecho”, “Estado de sitio” y “La carga de la mariposa”.

Darwish contribuyó también, junto con Adonis (Ali Ahmed Said) y Samih al-Qasim, a la antología “Víctimas de un mapa”, cuyo título lo dice todo, no sólo para las almas de Oriente Medio sino para todas las que en tantos países están ya bajo el ojo del huracán o amenazadas por alguno.

La principal maldición histórica moderna para Oriente Medio, antes del establecimiento del Estado de Israel, era el deseo de Occidente (sobre todo) de meter las manos en el gas natural y petróleo de la región (que ahora se ha descubierto también en Gaza, lo que posiblemente puede explicar por qué a Israel le gustaría vaciar la Franja, sin que le cause inquietud alguna que los palestinos pueden reivindicarlos como suyos). La otra amenaza, igual ahora que durante toda la historia, fue el emplazamiento estratégico de la región.

Y ahora se ha agregado un vecino mendaz que no cesa de merodear, un cuco en el nido, que va usurpando concienzudamente todos los refugios personales creados, expulsando hasta el infinito incluso la vida embrionaria. El “judío errante se ha ‘asentado’, creando al árabe errante”.

Los palestinos han sido desplazados por los anteriormente desplazados; desposeídos por los anteriormente desposeídos; degradados por los ya degradados; sistemáticamente borrados por aquellos cuyos pueblos fueron sistemáticamente borrados; ghettoízados por los previamente ghettoízados, y emparedados por los que fueron antes emparedados. Escribir es ver las injusticias en espejo. Tomemos Shehada en “Muros palestinos”. Cita: “… los arquitectos israelíes Rafi Seagal y Eyal Weizman destaparon de forma perspicaz una cruel paradoja: ‘lo que convierte el paisaje en “bíblico”, sus tradicionales moradas y cultivos en terraza, los olivares, las construcciones de piedra… todo eso está creado por los palestinos, ahora excluidos del panorama”. Para instalar a tres millones y medio de colonos en sólo treinta años, en sólo 5.900 kilómetros cuadrados, escribe Shehaded “…se han vertido cantidades enormes de hormigón para construir ciudades enteras… Wadis  [*], manantiales, acantilados y ruinas antiguas fueron destruidos por quienes proclaman tener un amor supremo hacia la tierra… Espero que conserven, al menos en palabras, lo que se ha perdido para siempre”. En “Yo ví Ramala”, Mourid Bargouthi nos habla también de pérdida: “El desplazamiento es como la muerte. Uno piensa que sólo le ocurre a otra gente. Desde el verano del 67, me convertí en ese extranjero desplazado en el que nunca pensé que me convertiría”.

Quizá la poesía, más que la economía, sin palabras gastadas, pueda iluminar la inhumanidad acaecida con ese pueblo, especialmente desde 1948, que estuvo siempre arraigado en Oriente Medio.

En el volumen de poesía más reciente de Barghouti, Muntasaf al-Layl (“Midnight”, Arc Publications, 2008), escribe sobre la realidad (“Give me your boots”, pág. 226).

“… Buscaré a los supervivientes que queden

Al resto de tu familia

Les hablaré de tu soledad

Les contaré de ti

Les daré tus pertenencias

Si es que no murieron en la masacre…

    Un montón de cadáveres

    Un montón de corazones

    Un montón de escombros

    Un montón de anhelos

    Un montón de sueños

    Un montón de azoteas

    El sándalo del patio

    Un montón de alaridos

    Un montón de silencio

    Un montón de juguetes

    Toneladas de cansancio

    Todo cubierto ya por la sábana blanca moteada del silencio de la muerte.

En las 138 páginas de prosa de las que el libro toma su nombre, escribe de:

    “… la mano que doma las espinosas laderas… la mano que se abre clemente… la mano que se cierra sobre la golosina con la que sorprende a su nieto… la mano amputada hace tantos años”.

Y considera:

“¿Por qué hay más agujeros de bala? ¿Sobre las raídas ropas?”

Insoportablemente:… “aparece una vida descalzada para culpar a la muerte”.

Barghouti: “Cuatro años mayor que el estado de Israel”, que le convirtió en apátrida, como cualquier palestino que estaba fuera de su país: “por turismo, educación, tratamiento médico o cualquier otra razón”, cuando estalló la guerra de 1967. Sencillamente, se pasó a considerarles “no palestinos” y se les prohibió regresar, incluso a Egipto, Siria y Jordania, en donde Israel ocupa todavía determinadas zonas. Cuando Israel invadió el Líbano en 1982 (una incursión que los invasores denominaron, al parecer sin ironía: “Operación Paz para Galilea”) no se le permitió tampoco ir allí. Finalmente, en 1996, le dejaron volver al hogar de su familia en el pueblo de Deir Ghassanah. Sigue siendo un apátrida.

En el prefacio de los traductores de la “La carga de la mariposa” (Boodaxe Books, 2007) de Mahmoud Darwish, Fady Yudah explica cómo la familia, teniendo Mahmoud seis años, huyó al Líbano del baño de sangre que en 1948 significó la fundación se Israel. Cuando volvieron algunos meses después, fueron condenados como “ausentes-presentes” y no podía reconocérseles como árabes israelíes”. Su larga vida de exilio empezó a los veintidós años. Había publicado ya cuatro volúmenes de poemas. También estaba en Beirut en 1982. De nuevo otra salida forzosa: “… para vagar por el Mediterráneo (Grecia, Chipre, Túnez). Algo desgarrador para Darwish, que no parecía capaz de sobrevivir fuera de su escritura a otro espejo flagrante de exilio, de desposesión”.

    “Amigos míos, no os muráis como solíais morir, os lo suplico, no os muráis, esperarme otro año, UN año más”.

Y:

    “… Retengo entre mis manos la caricia del delicioso aire de Galilea… Me internaré por las moreras donde el gusano de seda me convierta en un hilo de seda, después penetraré por la aguja de una mujer en Uno de los mitos Y volaré como un chal en el viento…”

El libro incluye su “Estado de sitio” de 2002:

    “… Medimos la distancia entre nuestros cuerpos y las bombas… con un sexto sentido

    … Cuando los aviones de combate desaparecen, las palomas alzan blancas, blancas el vuelo. Lavando con sus alas libres la mejilla del cielo, reconquistando la belleza y el reino del aire y los juegos. Más y más alto vuelan las palomas. Ojalá el cielo fuera de verdad (me dijo entre dos bombas un hombre al pasar)… Escribí veinte líneas sobre el amor y me imaginé que el asedio se había retirado ¡veinte metros!…”

En “Víctimas de un mapa” (Saqi Books, 2005), Samih al-Qasim, nacido en 1939 en el pueblo de Rama, en Galilea, escribe: “La tragedia palestina estalló en 1948, cuando me encontraba aún en la escuela primaria. Considero esa fecha como la de mi nacimiento, porque las primeras imágenes que logro recordar son las de los sucesos de 1948. Mis pensamientos e imágenes brotan a partir del número 48”.

    “… He decidido permanecer en mi propio país no porque yo me quiera poco sino porque amo más a mi patria”.

Al preguntarle su amigo, el poeta iraquí Buland al-Haidari, si había visitado Bagdad, dijo:

    “No he visitado Bagdad ni ninguna otra ciudad árabe. Pero sigo todo lo que pasa en esas ciudades desde mi gran prisión… Podría caminar por sus calles como si hubiera nacido y vivido allí durante siglos”.

En Labios partidos:

“Me hubiera gustado contarte la historia de una golondrina que murió.

Me hubiera gustado contarte la historia si ellos no hubieran partido mis labios”.

En billetes de avión:

    “El día que me matasteis hubierais encontrados billetes hacia la paz, hacia los campos y la lluvia, hacia la conciencia de la gente. No desperdiciéis esos billetes”.

Samih al-Qasim ha sido encarcelado, o padecido arresto domiciliario, muchas veces por sus actividades políticas. En Fin de una discusión con un carcelero:

    “Desde la ventana de mi pequeña celda puedo ver cómo los árboles me sonríen, cómo las azoteas se llenan con mi gente, como las ventanas se lamentan y rezan por mí. Desde las ventanas de mi pequeña celda puedo ver vuestra inmensa celda”.

Adonis (Ali Ahmad Said) nació en el pueblo de Qassabin (Siria), en 1930. A los catorce años escribió un poema que impresionó tanto al Presidente que le concedió una beca para que continuara los estudios.

Al comenzar los estudios universitarios en Damasco en 1950, empezó a escribir y publicar poemas… “que cuestionaban la estructura social y política de Siria”. Eso puso fin a su luna de miel con el Presidente, que le metió en la cárcel, marchándose después al exilio en Líbano. Allí fundó más tarde, junto al poeta libanés Yusuf al-Jal, la editorial Dar Majallat Shi’r, y, en 1968, la revista Mawaqif, una importante revista, de amplia circulación, de poesía árabe.

Goza de tener “gran influencia” en la poesía árabe y de “haber revitalizado y modificado el clásico Qit’a [poema corto].

También de “Víctimas de un mapa”:

El minarete:

Llegó un extraño. Y el minarete lloró. Lo compró y lo coronó con una chimenea.

Canción:

    Nunca durmió en un lecho de mitos. Nunca vivió sus sueños. Vosotros, ángeles, los puros, los liberadores, los dirigentes, los sabios, etc… Todo lo que os pido en estos momentos es un milagro: Tan sólo poder decir Adiós ADIOS. Sólo un milagro: Un adiós.

    Tan lejano como nuestras almas. Tan lejano como un viaje hacia el espacio del alma.

El desierto (Del diario de Beirut bajo estado de sitio, 1982):

    “… Encontraron a la gente metida en sacos: Uno sin cabeza. Uno sin lengua o sin manos. Uno aplastado. El resto sin nombre. ¿Te has vuelto loco? Por favor, no escribas sobre esas cosas… Le llevaron a una zanja y le quemaron. No era un asesino, tan sólo era un niño, no era… Tenía voz, vibrante, que ascendía por los peldaños del espacio. Y ahora está tocando la flauta en el aire… Los árboles del planeta se han convertido en lágrimas que se depositan en las mejillas del cielo… No mueres porque hayas sido creado o porque tengas un cuerpo. Mueres porque eres el rostro del futuro. La flor que incitó al viento para que llevara su perfume murió ayer”.

En 1949, Naciones Unidas tenían ya registrados 726.000 refugiados, y desde entonces no ha cesado la hemorragia.

Otra generación de palestinos se vio desplazada tras la invasión de Iraq en 2003, país en el que desde 1948 habían encontrado refugio hasta completar la cifra de 35.000. Sólo quedan ya en Iraq unos 10.000, la mayoría, según la información facilitada, internamente desplazados. Cientos de ellos siguen varados en un limbo en la frontera entre Jordania e Iraq y la frontera entre Siria e Iraq y sólo muy recientemente han empezado a ser aceptados de forma gradual en países tan lejanos como Croacia o los sudamericanos. “Antes de que muera, me gustaría ver de nuevo Palestina aunque sólo sea tres minutos”, dijo uno de ellos. Nacido en Iraq, es el nieto de una familia que huyó tras la fundación del Estado de Israel. Sólo tiene diecinueve años.

Desde 2003, cuatro millones de iraquíes se han unido a los palestinos convirtiéndose en el nuevo “pueblo sin patria”, desplazados de la misma forma, a nivel interno y externo.

Mientras los gobiernos estadounidense y británico proclaman que la razón de permanecer en sitios tan lejanos es para impedir el extremismo en las calles de casa, a la luz de la enormidad de las injusticias que están perpetrando, una sólo puede pensar humildemente que el tal denominado extremismo es demasiado poco para sesenta años de injusticia perpetrada por Israel, apoyado por EEUU y el Reino Unido –o bien por EEUU y el Reino Unido haciendo otro tanto y a menudo entrenados por Israel.

    “El papel que la tinta ama, el alfabeto, los poetas, dicen adiós. Y el poema dice adiós”. (Samih al-Qasim, “El desierto”).

Sigan leyéndoles, pónganse en la piel de los otros.

N. de la T.:

[*] Wadi: en árabe en el original, significa valle.

Enlace con texto original:  http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=14557

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

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