El lamentable y triste legado de Barack Obama

Ocho años atrás, por estas mismas fechas, el mundo se preparaba para una gran celebración: la investidura presidencial de un hombre negro, carismático y brillante. En cambio, ahora estamos al borde del abismo y nos preparamos para que un hombre blanco, mentiroso e impulsivo tome el relevo.

Con este cambio, el cargo más importante del imperio más poderoso de toda la historia de la humanidad inicia un deprimente declive. No sería de extrañar que diera lugar a una ola de cinismo penetrante y de nihilismo tóxico. ¿Realmente, en momentos tan decadentes como el actual, hay esperanza de que se impongan la verdad y la justicia? ¿Pueden los estadounidenses ser honestos consigo mismos y aceptar que padecen una adicción autodestructiva al dinero y una xenofobia cobarde?

Ralph Waldo Emerson y Herman Melville, los dos grandes intelectuales estadounidenses del siglo XIX, se hicieron las mismas preguntas y llegaron a la misma conclusión que Heráclito: el carácter del hombre es su destino (siembra un carácter y cosecharás un destino).

Los dos mandatos de Barack Obama tal vez fueron nuestra última oportunidad para librarnos de nuestro corsé liberal. Somos prisioneros de marcas controladas por el mercado que esquivan la integridad y buscan obtener mayores beneficios en detrimento del bien público. Nuestro mundo de “posintegridad” y “posverdad” está asfixiado por todas estas marcas y por actividades lucrativas que tienen muy poco o nada que ver con la verdad, la integridad y la supervivencia de nuestro planeta a largo plazo. Estamos ante una versión posmoderna de un proceso a gran escala de la gangsterización del mundo.

Obama no creó la pesadilla de Donald Trump pero sí la propició. Y los seguidores de Obama que no quisieron exigirle responsabilidades también tienen parte de culpa.

Algunos rogamos y suplicamos a Obama que diera la espalda a los intereses de Wall Street para centrase en las necesidades de la gente corriente. Sin embargo, él siguió los consejos de sus “listos” asesores neoliberales y rescató a los bancos. En marzo de 2009, Obama se reunió con los líderes de Wall Street. Proclamó: “Estoy entre ustedes y la horca. Estoy de su lado y los protegeré”. Esa fue su promesa. Ni un solo criminal de Wall Street fue a la cárcel.

Hicimos un llamamiento para que aquellos estadounidenses que habían torturado a musulmanes inocentes rindieran cuentas por sus acciones y para que se hiciera pública la información relativa a los ataques de drones que habían matado a civiles inocentes. La administración Obama nos aseguró que ningún civil había muerto en estos ataques. Luego nos dijo que, en realidad, algunos habían muerto. Y más tarde, nos dijo que tal vez la cifra de civiles muertos era de 65. Y, sin embargo, cuando un civil estadounidense, Warren Weinstein, murió como consecuencia del ataque de un dron en 2015, se apresuraron a convocar una rueda de prensa en la que se disculparon y ofrecieron una indemnización a la familia. A estas alturas todavía no sabemos cuántos inocentes han muerto como consecuencia de ataques con drones.

Volvimos a la calle para unirnos a la causa de Black Lives Matter (las vidas de los negros importan) y otros grupos similares y fuimos a la cárcel por haber participado en una protesta después de que la policía matara a un joven negro. También nos manifestamos cuando las fuerzas israelíes mataron a más de 2.000 palestinos (entre los que se incluían 550 niños) en cuestión de 50 días. Obama solo nos ofreció palabras. Nos explicó que la situación de los policías es complicada, prometió que se investigarían los hechos (ningún policía fue a la cárcel) y dio una nueva ayuda de 225 millones de dólares al ejército israelí. Obama no dijo una sola palabra sobre los niños palestinos muertos, pero sí calificó a los jóvenes negros de Baltimore de “criminales y matones”.

Además, la política educativa de Obama también ha obedecido a las fuerzas del mercado y ha cerrado cientos de escuelas públicas y ha dado prioridad a las escuelas concertadas. Los más ricos, que representan al privilegiado 1% de la población, se hicieron con dos terceras partes de los ingresos generados en estos ocho años mientras que la pobreza infantil, especialmente la pobreza infantil de los niños afroamericanos, ha alcanzado niveles astronómicos. Las protestas de los trabajadores de Wisconsin, Seattle y Chicago (estas últimas han contado con la oposición férrea del alcalde de la ciudad, Rahm Emanuel, un amigo íntimo de Obama) pasaron inadvertidas.

En 2009, Obama afirmó que el entonces alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, había hecho una labor “extraordinaria”. Sin embargo, ignoró el hecho que durante la gestión de Bloomberg, más de cuatro millones de personas fueron detenidas y cacheadas. Junto con Carl Dix y otros, fui detenido dos años más tarde por protestar por las mismas políticas que Obama ignoró cuando elogió la gestión de Bloomberg.

Los medios convencionales y los académicos no han hablado de estas verdades incómodas que están directamente relacionadas con la gestión de Obama. Los presentadores mejor pagados de la televisión y de la radio han elogiado la marca Obama. La mayoría de líderes de la comunidad afroamericana también ha defendido los silencios y los crímenes que ha cometido el presidente y han dado prioridad al simbolismo racial y a sus propias carreras. Es muy hipócrita por su parte que ahora cuenten las verdades del “poder blanco” cuando la mayoría de ellos optaron por callar ante el “poder negro”. Su autoridad moral se ha debilitado y sus nuevas bases tienen unos valores superficiales.

Obama dio la orden de que se mataran ciudadanos estadounidenses sin el debido proceso y sus seguidores más progresistas prefirieron mirar hacia otro lado. Edward Snowden, Chelsea Manning, Jeffrey Sterling y otras personas que dijeron la verdad fueron demonizadas y, en cambio, los delitos que denunciaron fueron pasados por alto.

Su mayor logro legislativo fue una reforma sanitaria que proporcionó cobertura a más de 25 millones de ciudadanos; si bien otros 20 millones siguen sin asistencia médica. Sin embargo, no logró que el sistema sanitario dejara de ser un instrumento del mercado, creado por la conservadora Heritage Foundation y que había sido defendido primero por Mitt Romney en Massachusetts.

La falta de valentía de Obama le impidió enfrentarse a los criminales de Wall Street y su falta de personalidad lo llevó a ordenar ataques con drones. Sin quererlo, propició revueltas populistas de derechas en Estados Unidos y rebeliones islámicas fascistas en Oriente Medio. Como ‘deportador en jefe’ ha expulsado a 2,5 millones de inmigrantes y ha prediseñado los planes bárbaros de Trump.

Bernie Sanders intentó construir un populismo de izquierdas pero Clinton y Obama lo aplastaron en unas primarias demócratas completamente injustas. Y es así como ahora nos vemos obligados a entrar en una era neofascista: una economía neoliberal hormonada, un equipo presidencial militarizado y con sed de guerra, y la negación absoluta del cambio climático. Al mismo tiempo, vemos como la verdad y la integridad quedan eclipsadas por la marca Trump, con la ayuda de los codiciosos medios de comunicación privados.

Es un legado triste para el candidato de la esperanza y el cambio, incluso si los guerreros caemos derrotados mientras intentamos defender una verdad y una justicia que se desvanecen.

Artículo original en inglés:

Pity the sad legacy of Barack Obama, publicado el 9 de enero de 2017.

Traducido para El Diario por Emma Reverter.

Cornel West


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